Por: Miguel Aillón Valverde Me parece que fue hace diez años. Creo que en la librería Antonio Machado de Madrid. El tomo se hallaba, si mal no recuerdo, entre los ejemplares de la colección Argumentación de la editorial Anagrama. En la portada se podía leer: “Cómo hablar de libros que no hemos leído”. Pierre Bayard, un profesor de literatura francesa de la Universidad de París VIII y autor del libro, tienta con este ensayo una apología de la no-lectura. Tras un rápido vistazo al volumen, la conclusión era inequívoca. Bastaba con encontrar una breve clasificación expuesta en las primeras páginas: “L” por “libros que desconoce” (livres inconnus); LP por libros que hojeó (livres parcourus); y “LO” por “libros que ha olvidado” (livres que j’ai oubliés). A partir de esta categoría, el francés despliega toda una argumentación a favor de prácticas aledañas a la lectura: la conversación de café con los dimes y diretes literarios del momento, el repaso semanal de reseñas críticas en suplementos culturales de moda, así como el estudio biográfico de los autores y el contexto de escritura de sus libros. Lleva a cabo, pues, una especie de desacralización total del libro y una crítica implícita a la máquina burocrática que desde sus instituciones construye y legitima la lectura pura y dura.
De regreso en Quito, en este aún incipiente 2015, y a propósito de Bayard, se me ocurre citar un par de párrafos de la novela “Si una noche de invierno” de Ítalo Calvino, en los que al narrador se le da por perdernos entre los escaparates de una librería, sólo para imaginar otra clasificación de no-lectura, acaso más terrible: “Siguiendo esa huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los Libros Que No Has Leído [...] de los Libros Que Puedes Prescindir de Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aun De Haber Sido Escrito”; para continuar líneas abajo con: “los Libros Que Si Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son”, y “los Libros Que Tienes Intención De Leer Aunque Antes Deberías Leer Otros”, que son los que se encuentran en medio de los “Libros Demasiado Caros Que Podrías Esperar A Comprarlos Cuando Los Revendan A Mitad De Precio” y “De Los Libros Que Todos Han Leído Con que Es Casi Como Si Los Hubieras Leído También Tú”. Y como la memoria es así, y un texto nos lleva de manera rizomática a otro, busco entre las interminables páginas del internet un artículo del mexicano Gabriel Zaid. El título es “Organizados para no leer”; y, sí, definitivamente viene al caso porque allí, en lista no similar aunque parecida a la de sus antecesores de nota, el crítico apunta algunos tips para ingresar en cualquier círculo literario sin cometer –ojo– el pecado de la lectura. Van: conocer nombres de autores y libros en cápsulas informativas (entiéndase enciclopedias, solapas de libros, anuncios de espectáculos, letreros de centros culturales y hasta películas varias); estar al día de los chismes literarios y artísticos del mundo cultural con todo lo que ello implica (es decir, connotaciones sociales, sexuales, conflictivas, de fama, de poder o de fortuna); asistir –cuando no organizar– a actos de presentación de libros y escritores (y así tener el privilegio de convertirse en parte del decorado teatral que suele acompañar a este tipo de actividades); o, por último, estar al tanto de todos los premios literarios (con sus, muchas veces, respectivos escándalos, historias escondidas o demandas entabladas por los perdedores). La no-lectura. Una forma de “deslectura”, si se quiere. Una aproximación indirecta a los libros, de soslayo. Tratándolos desde la distancia, como desconfiando de lo que podríamos encontrar entre sus líneas. Algo así como un proceso de pérdida que, sin embargo, podría devenir en ganancia. Pues ante la ausencia del conocimiento, cualquiera se ve compelido a la invención; a rellenar los espacios de ignorancia, de desinformación o de olvido. De esta manera, las prácticas marginales del puro acto de leer, ocupan un espacio más bien activo; o recuperan, si se quiere, una categoría de creación. Valen, así, los argumentos malentendidos en una charla cualquiera; los libros tan sólo pasados por el forro; los títulos o nombres de escritores barajados en coloquios, programas de T. V. o cualquier otro rincón disímil al del lector aislado; así como la trama de las novelas o cuentos de los que apenas nos acordamos un nombre o alguna otra pequeña referencia. De esta forma, la no-lectura se reproduce, agotando la literatura hasta sus últimas consecuencias. A manera de epílogo: dice Bayard que escribe Paul Valéry, a propósito de la muerte de Marcel Proust: “A pesar de que apenas conozco un solo tomo de la gran obra de Marcel Proust, y que el arte del novelista me resulta casi inconcebible, soy conciente, sin embargo, por ese poco de su En busca del tiempo perdido, que he tenido el placer de leer, qué pérdida excepcional acaban de sufrir las letras con su muerte”.
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Lo más probable, es que no lo haya imaginado.
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